miércoles, 23 de agosto de 2006

Encrucijada de civilizaciones


Abundante caza encuentra el viajero en Peraleda de San Román, un hecho que le da renombre como lugar propicio para la práctica deportiva de esta especialidad, ya que en sus montes abundan ciervos, corzos y jabalíes y mufones.

Estos animales siempre han sido presa de los cazadores, no así el conejo, ya que desde hace años escasean por estos parajes debido a una enfermedad, algo de lo que se lamentan los vecinos del lugar. Además de en el monte, el viajero también tiene su cita en esta localidad con el agua. Las orillas del río Gualija y su proximidad al Tajo la hacen recomendable para el baño y el refresco en mitad del camino.
Después de un chapuzón merece la pena acercarse hasta el Valle de San Román, atractivo paraje con mucha historia donde los antepasados ubicaron un campamento para buscar oro. Se dice que en el siglo XV ya existía por esta zona una mina de este mineral. Pero no todo está relacionado con los animales. También tuvo su presencia Peraleda en la ruta carolina, ya que Carlos V, cuando se volvió de Guadalupe, se hospedó una noche en el antiguo pueblo de San Román.

Probablemente aquel camino que abría el Emperador tenga mucho que ver con el itinerario de la Ruta Verde, señalizada hoy, y por la que el viajero puede recorrer el camino entre Guadalupe y Peraleda.
MÁS TESOROS
Abandonando los senderos y penetrando en sus calles, el viajero se topa con la Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, una construcción edificada en el siglo XVI a base de mampostería y sillería. Sus retablos barrocos son interesantes, donde destaca el mayor, de un marcado estilo clasicista. Pero las reminiscencias religiosas datan de mucho antes del cristianismo. Prueba de ello es Cancho Castillo, una inmensa piedra de granito con forma ovalada, que llama poderosamente la atención del viajero. Según la gente del lugar se trata de un antiguo santuario prerromano donde los primeros pobladores de esta zona desarrollaban actos religiosos y acopio de animales.
El mestizaje y la mezcla de civilizaciones que se da en este pueblo también se nota en la presencia de la cultura árabe. La Atalaya es el principal exponente de esta cultura. Se trata de una obra árabe construida como defensa del territorio y de la que hoy apenas se conservan algunos restos, aunque lo suficiente para que el viajero pueda revivir las imaginarias de los soldados de aquella época bajo la inmensa luna que protagoniza las noches en los ibores.
PARA COMER
El caminar hace efecto en el estómago del viajero, que inquieto pregunta por la gastronomía más popular. Sorprendido, descubre una amplia variedad en la mesa como el cordero, el cocido y las migas. Más autóctonos son los postres, como 'Los Aragoneses', un dulce exclusivo de este pueblo que se elabora a base de huevo y miel. Por si todavía queda un hueco, son recomendables los pestiños, elaborados como lo hacían las abuelas.
Mañana: Valdelacasa de Tajo

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