Bohonal homenajea a su abuelo centenario
Un hombre de bien que ha sabido ganarse el respeto de sus convecinos. Aurelio Navas Sánchez, hijo de la localidad cacereña de Bohonal de Ibor, tiene una efeméride importante en el calendario de su vida: hoy, con salud y rodeado de su hijo, sus cuatro nietos y tres bisnietos, celebra su centenario.
El pueblo que le vio nacer le devuelve el merecido cariño y respecto que sembró hace cien años con un homenaje. Su hijo Tomás, jubilado de 64 años -«a mí ya nadie me manda, soy el rey de la carretera»- está encantado con el homenaje que le brinda la residencia en la que lleva cuatro años compartiendo vida y recuerdos con otros convecinos.
«Mi padre -dice Tomás- siempre me decía de chico: un mal acuerdo es mejor que un buen juicio». Sabiduría popular de la que Aurelio hacía escuela cuando los vecinos acudían a él -formó parte de las comisiones para los pastos del pueblo- con algún lamento a cuenta del ganado.
Aurelio fue uno de los cientos de vecinos que en sus años de juventud colaboraron desinteresadamente y por amor a su pueblo en la «obra del reloj», cuando el tiempo marcaba en sus agujas el año 1917.
Los del pueblo, con sus propios carros tirados por mulas y sin recibir nada a cambio, llevaban las piedras que conformaría la torre de 15 metros que acogería el reloj de Bohonal de Ibor, orgullo del pueblo y sus vecinos. Aurelio Navas fue uno de ellos.
Al centenario abuelo le tocó vivir la Guerra Civil. «Sirvió dos veces -recuerda su hijo Tomás-. Primero bajo la dictadura de Primo de Rivera y luego, más tarde y ya casado, estuvo con Franco, con los nacionales».
Fue durante la contienda civil cuando su mujer, cuyo recuerdo le acompaña cada día de su centenaria vida, fue a visitarle a Valladolid. Tomás lo recuerda muy bien. «Los trenes estaban llenos de piojos y mi padre terminó por contagiárselos».
Aurelio, que ya goza por mérito propio de una placa en una de las calles de Bohonal de Ibor, es de los que «como se dice ahora, tiene memoria de elefante. La gente va a verle para que le haga el árbol genealógico de su familia».
Ahora, esos mismos que acuden a él para retomar sus propios recuerdos, se afanan en prepararle un homenaje. «Mi padre goza de buena salud. Él se viste y se afeita solo, aunque eso sí, está un poco sordo y la vista ya no es lo que era». Normal, y es que Aurelio cumple 100 años. ¡Felicidades!
El pueblo que le vio nacer le devuelve el merecido cariño y respecto que sembró hace cien años con un homenaje. Su hijo Tomás, jubilado de 64 años -«a mí ya nadie me manda, soy el rey de la carretera»- está encantado con el homenaje que le brinda la residencia en la que lleva cuatro años compartiendo vida y recuerdos con otros convecinos.
«Mi padre -dice Tomás- siempre me decía de chico: un mal acuerdo es mejor que un buen juicio». Sabiduría popular de la que Aurelio hacía escuela cuando los vecinos acudían a él -formó parte de las comisiones para los pastos del pueblo- con algún lamento a cuenta del ganado.
Aurelio fue uno de los cientos de vecinos que en sus años de juventud colaboraron desinteresadamente y por amor a su pueblo en la «obra del reloj», cuando el tiempo marcaba en sus agujas el año 1917.
Los del pueblo, con sus propios carros tirados por mulas y sin recibir nada a cambio, llevaban las piedras que conformaría la torre de 15 metros que acogería el reloj de Bohonal de Ibor, orgullo del pueblo y sus vecinos. Aurelio Navas fue uno de ellos.
Al centenario abuelo le tocó vivir la Guerra Civil. «Sirvió dos veces -recuerda su hijo Tomás-. Primero bajo la dictadura de Primo de Rivera y luego, más tarde y ya casado, estuvo con Franco, con los nacionales».
Fue durante la contienda civil cuando su mujer, cuyo recuerdo le acompaña cada día de su centenaria vida, fue a visitarle a Valladolid. Tomás lo recuerda muy bien. «Los trenes estaban llenos de piojos y mi padre terminó por contagiárselos».
Aurelio, que ya goza por mérito propio de una placa en una de las calles de Bohonal de Ibor, es de los que «como se dice ahora, tiene memoria de elefante. La gente va a verle para que le haga el árbol genealógico de su familia».
Ahora, esos mismos que acuden a él para retomar sus propios recuerdos, se afanan en prepararle un homenaje. «Mi padre goza de buena salud. Él se viste y se afeita solo, aunque eso sí, está un poco sordo y la vista ya no es lo que era». Normal, y es que Aurelio cumple 100 años. ¡Felicidades!
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