martes, 20 de noviembre de 2007

iNUNDADA HACE 40 AÑOS POR VALDECAÑAS

La vieja Talavera emerge de las aguas. HOY recorre las calles Talavera La Vieja -inundada hace cuatro décadas por las aguas del pantano de Valdecañas- de mano de dos de sus antiguos vecinos.
La historia de hoy no es alegre. Es triste. Especialmente para aquellos que al leer estas líneas se identifiquen con alguno de los protagonistas del reportaje, que junto a cerca de 2.000 vecinos se vio obligado a abandonar su amada Talavera La Vieja.

Atrás quedaron no solo sus viviendas, sino parte de su infancia, de sus recuerdos y de su historia. Y con ellos se hundieron cerca de 3.000 años de antepasados que pasaron por Augustóbriga, como así se la conocía en la época romana.

El motivo no fue otro que la construcción del pantano de Valdecañas, que supuso la inundación del fértil valle y uno de los más prósperos pueblos de la comarca. Corría la década de los sesenta y en la dictadura franquista no cabía la protesta.

Llenos de congoja y sin ánimos para mirar atrás, cada cual eligió su camino para abandonar un pueblo al que muchos no volverían jamás.Entre éstos se encontraban Antonio Castillo y Felipe Rubio, con quienes visitamos los restos de las calles, casas, cuadras y campos que les vieron crecer, aprovechando el descenso en el nivel del agua fruto de las escasas precipitaciones registradas en los últimos meses.

Rubio apenas puede contener las lágrimas al bajar del coche y acercarse a lo que en su día fueron las eras de trillar, cuyo suelo está perfectamente conservado gracias a la meticulosidad con que en su día se colocaron las piedras.

Como telón de fondo, el trazado urbano de Talavera La Vieja, ahora acechado por un pantano que continuan subiendo gradualmente. Se encuentra totalmente derruida, pero las calles son perfectamente visibles al estar libres de escombros y restos de piedras, concentradas en las plantas de los edificios.La historia de Felipe Felipe Rubio nació el 17 de julio de 1947 y se autodefine como «talaverino hasta la muerte». Hijo del que fuera secretario de la Hermandad Sindical Mixta (Cámara Agraria), Melecio Rubio, abandonó el pueblo al tiempo que la gran mayoría, coincidiendo con la llegada del agua en septiembre del año 1963.
Hasta aquella fecha residió junto a su familia en el número 1 de la calle Duque de Peñaranda. Recuerda que la noticia «sentó muy mal», pero que se acató «porque no quedaba otra». Recorrer las calles junto a este vecino es sinónimo de revivir los tiempos de esplendor de Talavera. De hecho las piedras parecen volver a su estructura original al escuchar sus palabras. «Aquí estaba la casa del abuelo, y aquí el taller de carpintería de mi tío Eufemio Nuevo Pineda, aunque también hacía pan ya que tenía licencia para ello.

Aquella era la casa de don Isaac, el médico, que era de los que más perrillas tenía... y aquí lo que queda del Ayuntamiento. Más allá está la oficina de mi padre. ¿Madre mía cuantos recuerdos!», acaba lamentando.A pesar de la gran carga sentimental del momento, Rubio llega a recordar algunas anécdotas ciertamente singulares, como aquella vez que estaba jugando a las canicas y vio llegar un automóvil de grandes dimensiones, como nunca se había visto en el pueblo. «Vi como se bajaban Cary Grant, Frank Sinatra y Sofía Loren... ¿Ay, Dios mío, al ver aquellas piernas tan largas, tan guapísima,...!. Salí corriendo a llamar a mi padre. Hubo fiestas en el pueblo y todo», señaló.
El motivo de la visita -explica- era la búsqueda de escenarios para rodar la película 'Orgullo y pasión', atraídos por el Puente del Conde. No obstante finalmente no fructificó ya que estaba en ruinas y se filmó en otra localización.Más animado Rubio comenzó a recordar otros hechos aunque ciertamente luctuosos. Entre ellos que narró los acaecidos el 16 de julio de 1956, cuando al párroco local le explotaron tres bidones de gasolina que había traído desde Navalmoral para alimentar los motores de regadío. «Al oir la explosión y ver tanto humo nos acercamos. Salió alguien casi en llamas, con todo quemado y sin ropa ni nada.

Yo, que solo era un niño, eché a correr, pero me sujetó con la mano y me dijo que no huyera, que era Don Julio el cura», rememora. Antes de morir el clérigo le pidió que pusiese a salvo tres cuadros de Domenico Theotocopuli (El Greco) que guardaba en un armario. El joven Felipillo (así le llamaba el cura) cogió las pinturas y las trasladó a casa de sus padres, que se encontraban al cruzar la calle. Aun hoy se lleva las manos a la cabeza al tomar conciencia (entonces no lo sabía) del valor de las obras de arte que portó en sus manos. Se trata de 'Coronación de la Virgen', 'Apóstol San Andrés' y 'Apóstol San Pedro', actualmente expuestos en el Monasterio de Guadalupe.

Por último, lamenta algo que aun hoy considera «un engaño». Además de los recuerdos y propiedades, Felipe dejó en Talavera el cuerpo de su difunta madre. Los responsables de la obra de la presa les aseguraron que una losa de cemento sobre la tumba bastaría para que el agua no usurpase los restos y que cada vez que el pantano bajara podrían visitar el sepulcro. Sin embargo, la fuerza del agua arrancó la losa y con ella lo único que le quedaba de su ma- -dre, que falleció muy joven. Similar suerte corrió el resto del cementerio, que pocas veces logra emerger. «Esa es una de las penas más grandes que todavía tengo», concluye.Hijo de un pescador La historia de Antonio es similar, si bien su marcha se produjo antes de la inundación, debido al traslado de su familia por motivos laborales.

Nació el 2 de abril de 1934. Su padre, que era pescador, viajó a Plasencia en el año 1.942, donde trabajó en una fábrica de corcho. No obstante recuerda que siempre mantuvo el contacto con Talavera La Vieja, volviendo cada 27 de agosto «con motivo de las fiestas de San Agustín, que estaban muy bien y había mucha gente», recuerda.

En el patio de una de las viviendas, junto a uno de los numerosos pozos con que contaba el pueblo y que a pesar de la bajada del nivel del pantano permanecen llenos de agua, rememora el carácter afable de sus gentes. «Casi todas las casas contaban con un pozo que a su vez compartían con la casa de al lado, ya que estaba hecho justo entre ambos patios y por allí se saludaba la gente. Además me acuerdo que las primeras cervezas que llegaron a Talavera, cuando no había ni neveras, las enfriábamos metiéndolas dentro de los pozos», afirma.

Finalizado el recorrido y con un sinfín de recuerdos en la libreta, Junto a Antonio y Felipe montamos en el coche y encaramos el camino de regreso a Navalmoral, tal y como hicieran hace ya 44 años. Continúan hablando y recordando vivencias, pero al igual que entonces, a paso lento pero continuo, ninguno vuelve la vista atrás. Sigue siendo duro. «Hasta el año que viene, Talaverilla».

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