La tranquilidad se viste de verde
La naturaleza atrapa al viajero a medida que este se va acercando a Mesas de Ibor, un pequeño pueblo escondido entre verdes ondulaciones del terreno en el que se respira paz y tranquilidad, al tiempo que la fauna que habita alrededor da la bienvenida ignorante de las intenciones del visitante.
Es un pueblo donde se ve poca gente por las calles, entre otras cosas, porque muchos de sus habitantes emigraron allá por los años 60 y no han vuelto a la localidad. En aquella década, el municipio pasó de tener 900 habitantes a quedarse con 90. El pueblo es eminentemente ganadero, y en él habitan más de 1.000 ovejas, unas 700 cabras y 500 vacas, sustento para varias de las familias de la zona. También tienen cereal y algunos se dedican al pastoreo extensivo. La mayor parte del ecosistema que rodea este municipio es bosque mediterráneo, con mucho corcho procedente de alcornocales y una gran variedad de encinas.
El agua da vida a la localidad y este pueblo está flanqueado por el Río Ibor y por el Tajo.
En cuanto a las comunicaciones con otros pueblos estas no están en muy malas condiciones y recorrer las carreteras de la zona puede incluso ser estimulante a quien le guste viajar en plena naturaleza.
VARIOS ASENTAMIENTOS
Cerca de este pueblo hay un castro que es Íbero, otro que está en el paraje llamado La Cabecilla, al lado del Río Ibor existen tumbas tardorromanas y un asentamiento árabe en Valdehiguera. Es importante para este pueblo y para su historia la Batalla de Mesas, en el siglo XIX y tuvo lugar un acto luctuoso después de la Guerra Civil Española, exactamente en el año 1945. Años más tarde, la población de este pueblo emigró en dos veces diferentes.
La primera, el destino fue el norte de Francia y el norte de España, concretamente el País Vasco (Vitoria y San Sebastián). La segunda oleada viajó hasta Madrid.
UN MONUMENTO EN SÍ
El entorno es el mayor monumento con el que cuenta este pueblo, aunque su alcalde no quiere que se convierta en «otra Vera, zona que se ha desbordado en los últimos años. No quiero que en esta zona pase lo mismo. Que se cuide pero que no se masifique».
Uno de los lugares más destacados es la zona de los Pimpollares, con la vegetación propia del bosque mediterráneo como es el ventisco, el brezo, la jara y el madroño, así como alcornocal y encina. Pero lo que más destaca de este pueblo es su afición por la caza, sobre todo la mayor. Especies como el jabalí, el ciervo y el corzo, y en caza menor, la perdiz y el conejo, son los blancos preferidos por los cazadores.
La pesca no es muy habitual y en esta zona escasean las especies autóctonas. También existe una mancomunidad de aprovechamiento de pastos que tiene una larga tradición, pues existe desde hace ya unos 200 años. En definitiva, un pueblo ideal para que el viajero descanse y se funda con la naturaleza y sus encantos. El mejor sitio de ocio para los amantes de lo más recóndito.
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